Soliloquio de la prisa
Primidi, 1 de Vendimiario de 213 (¡Feliz año nuevo!)
Tenía intención de escribir del lince ibérico, o de la política en general y de los políticos en particular, que cuando llueve se apañan pa que se mojen los demás.
Pero lo siento, me encuentro demasiado optimista.
Viene el verano ofertando sus últimos coletazos, y el otoño nos ofrece nuevas y grandes perspectivas de alegrías, melancolías y sinsabores.
Espero un otoño lluvioso, aunque el trabajo en el campo se haga extremadamente duro, y los dedos de las manos duelan por el frío, y arrobas (@) de barro se peguen a las botas. Y caminar sea una proeza para conmigo.
Estos días de lluvia, la ciudad se hace extremadamente insoportable. porque el hombre de ciudad, de corbata y chaqueta camino de la oficina, entiende el agua como un vulgar enemigo. Y las madres corren a los colegios en su coche, como si cayera ácido del que tienen que preservar a sus cachorros, tan evaporables...
Todos se integran en múltiples atascos multicolor, tras el vaivén del limpia parabrisas y la verborrea de noticias vía radiofónica, y como no aciertan a ver, se limitan a pitar, para que sepamos que ellos están allí... Algunos urbanitas me han llegado a decir: "La lluvia es muy necesaria, pero debería caer en el campo". Y es que claro al que inventó las ciudades se le ocurrió ponerlas en medio del campo, que era el sitio que quedaba libre, y ahora hay que atenerse a las consecuencias.
El hombre del campo vive la lluvia de otra manera... Con la resignación del que entiende la naturaleza, y con la satisfacción de esperar plácidamente a que descampe. Con el placer de sentirse seco bajo un plástico o un capote, mientras camina con el agua mojándole la cara y las manos.
Parece que estas grandes diferencias a la hora de afrontar un evento tan necesario como cotidiano, se basan en la prisa, y en la asimilación que tenemos de ella. En la falta de serenidad para entender las cosas tal y como son...
Anoche me informaba mi suegro, en esa curiosidad suya de hombre de sierra, que han detectado un nuevo planeta, y al preguntarle si era exterior o interior a los hasta ahora conocidos, respondía: "Está lejos como para tener que llevar una piara de guarros para el camino".
Recuerdo un anciano solitario que vivía en un cortijo muy perdido de la sierra de Segura, por donde viene naciendo el río Aguasmulas, bajo cornisas casi verticales y laderas tapizadas de piedras sueltas. Cuando era niño iba a visitarlo con mis padres una o dos veces cada verano al cortijo de la Fresnedilla, ya que desde que se murió el propietario de éste el hombre atendía dos cortijos a la vez: La Fresnedilla y Cubero, creo recordar. Le llevábamos revistas y libros, y le comprábamos caza de lo que hubiera caído en sus lazos o hubiera sorprendido comiéndose el huerto.
En una ocasión hasta un enorme macho montes que lo traía por la calle de la amargura desde hacía días... En aquellos tiempos aún no se había hecho "la Junta" "A.M.A.*" de los montes, y estos individuos eran depredadores del ecosistema, más próximos al zorro o al águila, que a los empresarios que vienen mira telescópica en mano y previo pago, para abatir algún trofeo que luego acarrean los hijos o nietos de estos seres autóctonos que tuve la suerte de conocer.
Pues estaba el hombre aparejando su burra una mañana cuando llegamos: Buenos días, ¿va usted de viaje?. - Preguntó mi padre. - No, voy a Santiago de la Espada, a averiguar papeles al Ayuntamiento. - Pues tiene usted un rodeo. ¿Cuándo regresa? - Comentó mi padre conocedor de que la línea recta buscaba los cortados de la Sierra de las Banderillas. - Hoy hago el día de ida, mañana entre papeles y algunas compras echaré la mañana y casi la tarde, y pasado estoy de vuelta. - En ese momento es difícil seguir conversando como si tal cosa, pues la mente se te escapa pensando en lo que suponen tres días para arreglar una referencia catastral, o quizá pagar una contribución. Pero ¿para qué necesitaba aquel hombre regresar antes?, si el camino era su escuela y la burra su compañera tanto en marcha como en la soledad del hogar.
Supongo que 20 años después de aquello, ya habrá muerto aquel anciano, perdiéndose, extinguiéndose poco a poco, junto al lince, la forma de vida del hombre como ser integrador del medio; como aquello que fuimos tantos años.
No me extiendo más, porque seguro que se hace incómodo leer textos tan largos cuando vamos tirados por el mulo de la prisa, y necesitamos vivir más rápido para pretender vivir más. A mí me pasa...
SALUD
*: Agencia del Medio Ambiente de la Junta de Andalucía.
1 Postillas:
Esto me ha recordado lo que decía mi amigo Marioni, del gremio de los aquejados del asfalto, que todo está en el campo. Que hasta Madrid está en el campo. No os falta razón.
¿Cuándo vas a hablar del lince?
viernes, 22 septiembre, 2006
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