MIS AMORES IMPOSIBLES
Duodi, 2 de prairial de 216
Hace algún tiempo escribí sobre uno de los arrabales humildes de mi pueblo natal (aunque en realidad no nací allí). Hoy escribo sobre su centro histórico: un Importante conjunto de calles en las que se entremezclan palacios, iglesias y caserío, con bloques de pisos; recuerdos de mi infancia, con recuerdos orales transmitidos por mis mayores más cercanos: mi madre, mi abuela y mis tíos.
Casas que se oscurecen, pican y caen de un callejero escorbútico. Paso ahora frente a la que otrora fuera una de mis casas favoritas: C/ Arco de Belén (antigua calle de la Fama) nº9, actual nº5, evidencia de la eliminación de parcelario.
Se trata de una casa palaciega de austera ornamentación, con más de 1000 metros de solar. Barroco tardío atribuible a una factura del S. XVIII, fachada asimétrica de dos plantas, con repetición monótona de huecos y disposición de crujías en 8 (forma de vida en el juego del go). Posee dos patios cuadrangulares con galería simétrica en eje cuaternario, y una calleja de carga longitudinal a la estructura que accede hasta un enorme corral que incorpora horno de leña y establos.
En el año 91 del siglo pasado, el partido político en el que militaba (pretérito IMPERFECTO) estuvo a punto de comprar esta casa para sede; en 1997, ya abandonada, salté con un amigo desde una casa cercana para recorrerla y conocerla con el sigilo y la emoción de la ilegalidad; en 2001, la catalogamos como protegida en el documento de Protección de Casco Histórico Artístico del que fui corredactor; y hoy la veo ruinosa, con las ventanas reventadas y el patio principal lleno de maleza, aún con sus techos de alfanjías nobles y ladrillo artesano, fruto de manos de muchacho, calor infernal, barro, sol y río.
En ese momento me he cruzado con un chaval joven, como el que yo era cuando íbamos a comprar aquella casa para jugar a hacer política, como el que cortaba descalzo los ladrillos tres siglos atrás en la otra orilla del Genil; al tiempo que pasaba una señora mayor de las del barrio de siempre, que andaba difícilmente apoyada en una muleta, y que debió conocer la casa mucho antes que yo, y que debió ser bella, como tantas que pasaron frente a la casa, como la casa, como esa que pasa ahora y se contonea bella con su móvil en la oreja, como preparándose al ritmo renco de una muleta futura.
Siempre son traumáticos los cambios, tanto más cuanto más rápidos son a nuestros ojos, cuanto más decrépitos, cuanto más nos representan, cuanto más amamos el original, cuanto más nos entristece el resultado.
SALUD
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