Crónica taurina sin toro ni corrida
Quartidi, 4 de Brumario de 213
LA TERNA
Hoy por fin, después de una temporada en blanco, he vuelto a sentarme sobre el cemento pulido de la Maestranza. Es la conocida como Feria de San Miguel, donde se despide la temporada de abono del coso sevillano.
Hoy vienen a pelear, a trabajar, o a jugarse la vida si usted me lo permite, tres toreros con estilos de toreo definidamente distintos: Fran Rivera, con un toreo clásico en continua evolución, sin grandezas, sin arte y apenas torería, pero con unas ganas de arriesgar cada tarde impropias de un acaudalado, rico y famoso, que no necesitaría asumir tales riesgos para vivir holgadamente. Y creo que ello demuestra una vez más, que las sensaciones del toreo van mucho más allá del beneficio económico.
En medio de terna: Sebastián Castella, según Carlos Herrera "el primer francés llamado a ocupar el trono de Belmonte y Joselito", toreo puro por lo inmóvil, lo vertical y lo profundo de la ejecución de suertes, mueve la capa y especialmente la muleta con un ritmo, una trayectoria y una gracia tal, que el toro la siga el máximo recorrido posible; cuando se llega a entender estos matices de perfección, sutiles para el profano, es más fácil considerar el toero un arte.
Y por tercer espada: César Jiménez, torero condenado a cambiar con los años su forma de torear, porque el toreo ágil e imprudente, asumiendo riesgos innecesarios no se puede conservar a lo largo de una vida profesional. A pesar de ello es un gran conocedor de las técnicas taurinas y el responsable esta temporada de la apertura de dos puertas grandes en Madrid y en Valencia.
LOS PREÁMBULOS
Me gusta observar como espectador ajeno, casi turista, los ambientes previos a la corrida: los vendedores de souvenirs, los reventa, la clase alta alta, esa que pasa sin verte, los guiris grabándolo todo, buscando su puerta, su asiento... Y ese inmenso elenco de colaboradores, semiespecialistas del mundo del caballo preparando las montas, monosabios, carpinteros, areneros, escuelas, peñas, etc. Como ejemplo: esta tarde la goma de riego era manejada por siete personas que conseguían, a pulso, que no arrastrara por el suelo dejando marcas antiestéticas.
LA MAESTRANZA
Como todas las plazas simbólicas del mundo del toreo, la plaza de Sevilla tiene sus señas de personalidad, sus gustos, sus costumbres, su "sent" y su "seny". Pero a la vez se divide en tres tipologías de público diferente: El espectador de sombra, el espectador de sol y el turista (japo, yankee o europeo) sentado normalmente al sol para contrarrestar el clima de su país de origen.
Los japoneses llegan a un ritmo que sólo les permite ver, sin cuestionar ni apreciar, uno o dos toros. El mayor entendimiento y capacidad de comprensión taurina lo observé hace unos años con un grupo de turistas griegos ¡Qué pequeño es te mare tan nostrum!
Se dice en Sevilla que sólo se conceden trofeos si los pide el tendido de sombra, y es que aquí está el público de glamour: clases altas, mundillo taurino, prensa autoridades y los maestrantes, los dueños de la plaza, pues esta plaza no es pública, sino de una sociedad selecta creada en el siglo XVIII que tienen sus propios palcos con sillones de verdad, e incluso un palacio de ceremonias adosado a la plaza.
Una reja separa en dos partes iguales ambos tendidos. Y la mitad suroriental es inundada por los sencillos obreros de toda la vida, el pueblo que no entiende más ni menos de toreo, sino que forman parte del toreo mismo, están tan mimetizados con el ambiente que podrían ser los mismos que ovacionaban a los gladiadores romanos. No quedan sujetos a raciocinios, ni a juegos ni rocamboles, son una muestra poblacional del propio pueblo.
Entre ellos se sientan los turistas que jamás critican, pero que ovacionan siempre en la misma medida que el resto de la plaza, para dar y obtener una mayor sensación de disfrute.
Entre todos estos grupos se conforma el respetable sevillano. Aunque la proporción real de claques y entendidos existente en el mismo es un misterio. A veces una conversación taurina entre dos desconocidos genera el aplauso o el abucheo de 20 ó 30 circundantes, igual que pasa en el resto de las facetas de la vida.
LA CORRIDA
A la hora en punto suenan clarines, costumbre de puntualidad ritualmente sevillana, que para todo no puede ser esta ciudad impuntual. Así que no es raro que quede público entrando durante el primer toro.
En la tarde de hoy se puede considerar lleno, aunque quedan algunos huecos en el tendido de sol. Aún estamos esperando el silencio sepulcral.
Ya suenan los clarines... Pero a partir de aquí es otra historia...
SALUD