"No sé si soy clásico o romántico, dejar quisiera mi verso como deja el capitán su espada: famosa por la mano viril que la blandiera". Antonio Machado

24 noviembre 2007

Los ojos que tú aquí ves...

Quartidi, 4 de frimario de 214

Empecé a observar a la gente, ya no recuerdo cuándo. Quiero decir que no recuerdo cuándo pasé de mirar sencillo, a observar; de adsorber, a absorber. Sorber las imágenes, las presencias, aquello que no te dicen; el aura, que me trevería a decir.

Esa sensación que envuelve a la gente. A la gente en grupo, y a la gente uno a uno.

En la mirada, las facciones, la complexión... Esos movimientos involuntarios, esporádicos, casi aleatorios en unos y reiterativos, casi cansinos, en otros. Aquel gesto voluntario, la mirada furtiva desde el lagrimal...

Y reivindico, una vez más, mi derecho al prejuicio. Suene reaccionario, casi carca; ¿pero acaso el progre no blande el prejuicio como mercancia barata?

Aunque el prejuicio que yo "ivindico" por segunda vez, es más parecido al de los animales en su parsimonia o en su instinto; y menos parecido al de los perros (carcas o progres) entrenados para atacar o someterse, o incluso para rebelarse.

¿Por qué andará triste aquel señor? ¿Tendrá motivos? ¿O está satisfecho de poder ir triste sin motivos? ¿Quién dijo que fuera mejor ir contento?

Me gusta la gente en particular y puedo cederles el sendero. Pero prefiero tomar campo a través, espantado, si se trata de dejarme rodear por el conjunto.

No sé si miro más a las mujeres o a los hombres, a los jóvenes o a los mayores, a los nerviosos o a los serenos.
Sí sé, que miro más cuando no miran, que persigo a alguien aleatorio con la mirada hasta que sentido observado me muestra su pupila. Entonces acto reflejo y sin mover la cabeza, mis retinas buscan otro perfil, otra realidad.

Es mucho más difícil observar a un disminuido, porque existen muchas miradas que les suponen espejos de sus circunstancias. Y porque existen otras miradas que tan sólo buscan curiosidad, morbo, generar envidia.
No me interesa demasiado mirar a esos prototipos que buscan miradas convergentes para su reafirmación personal. Además son tan simples, que con tan sólo esquivar la mirada ya te da tiempo a verlos.

No podría estimar cuánta gente he observado en mi vida, pero deben ser muchos porque frecuentemente recuerdo a alguien que ya he observado en otra ocasión. Mi delirio son los aeropuertos, o una copa en una calle fría y peatonal antes de la Navidad.

Otro de mis favoritos es abstraerme y ver a la gente que paseó por este mismo lugar siglos atrás; nunca he conseguido observar hacia el futuro más o menos lejano; tan sólo veo con nitidez que no estarán ni mis ojos, ni todos los que han motivado este escrito, ni los que han dedicado unos momentos a leerlo.

SALUD