Vacaciones en la orilla del Estigio
Quintidi, 5 de ventoso de 213
Hoy, a punto de cumplirse cuatro meses del acontecimiento más determinante y desgarrador de mi vida, me encuentro con fuerzas para ir plasmando sobre blanco algunas de las experiencias acumuladas.
Es muy delgada la línea que separa el módulo de Oncología Infantil del Hospital Virgen del Rocío del resto de Sevilla. Apenas una puerta con dos batientes y sendos óculos desde los que se miran avariciosos o compasivos los mundos del "dentro" y "fuera".
Hace cuatro meses no sabía casi nada de oncología pediátrica, apenas algún reportaje televisivo con niños calvitos o alguna película. Hoy sé más que la mayoría de la población, y quizá más que la mayoría de los médicos sobre el caso concreto de Yolk-sac pélvico con metástasis pulmonares en niños de dos años.
Pero no voy a hablar de medicina. Porque pasar 50 de los últimos 110 días entre las ocho paredes que contienen este edificio de planta singular, es una experiencia por sí misma.
Pues paralela a la dureza personal de ver y asimilar la enfermedad de una hija, está la dureza del conjunto, el sufrimiento del grupo obligado. Las miradas sinceras entre padres, las sonrisas sin palabras, y llegado los peores momentos los abrazos y las lágrimas.
Porque aquí he visto llorar a hombres que no me hubiera atrevido a mirar a los ojos en una calle desierta; he tocado los hombros de hombres con quienes en otra circunstancia no hubiera compartido más que unos toques de claxon en mitad de un atasco; he abrazado delante de todos a mujeres que no eran la mía, sin pudor; y como todos ellos he forjado callos en el alma y dedos en el corazón: para los abrazos y para las despedidas...
En esta sociedad enlatada en la que tantas facilidades nos vuelven majaretas, ver la Vida y la Muerte bailar lentamente a tu alrededor, dándote tiempo a pensar, pero sin posibilidad de reclamar tus derechos a papá estado o a gobiernos multicolores, es una enseñanza suprema.
Apretar contra tí a tu pequeña y hacer conciencia de que la garra de la que hablamos siempre tendrá más fuerza si un día viene a arrebatártela, te desnuda impunemente ante la Vida.
Ni siquiera en los días que pasas en casa, en la mesa familiar, viendo la evolución favorable, puedes desconectar y olvidarte de aquel niño, aquella madre o aquel otro padre. He llorado mucho y por muchos en estos meses, por lo banal y lo profundo. Me he emocionado ante la idea misma de voluntarios que vienen a jugar con los niños o a conversar con los padres. Y he vivido con una expectación especial la noche de Reyes, cuando vino a vernos Melchor envuelto en sudor y lágrimas, y tuvimos que asistir el desvanecimiento de una de sus damas que no terminaba de asimilar dónde se encontraba. Toda una fiesta contra viento y marea, sin duda.
Pienso en los profesionales, que cumplen con vocación y dedicación esta dura tarea, aquí más que en otros sitios, de acertar o equivocarse.
Ahora que poco a poco vamos volviendo al punto de partida, con esperanza y entusiasmo y la satisfacción de los buenos resultados, me llena de agridulce revivir los recuerdos de los que aún están y de los que ya no, de los que siguen llegando o de los que aún no saben que vendrán.
Me duelen que sean niños los que sin querer me hayan dado la lección mas importante de mi Vida.
A León, Pablo, Flavio, Fernando, Dani y Mª del Mar, para los que no tiene sentido que hoy finalice mi texto como acostumbro.