"No sé si soy clásico o romántico, dejar quisiera mi verso como deja el capitán su espada: famosa por la mano viril que la blandiera". Antonio Machado

31 enero 2008

Chispas de fama

Duodi, 12 de Pluvioso de 214

Disco de acero y diamantes,
miles de revoluciones marean el sonido del ruido.
Saltan en todas direcciones estrellas fulgurantes
iluminando los rincones como un sol sostenido.

Tan sólo brillan raudas en su vuelo
previo al impacto y al silencio,
y quedan recordando su comienzo
en gota de fundido sobre el suelo.

Un segundo dura el todo,
un segundo y ya es la nada,
a las seis la amoladora para
y el silencio las recuerda de algún modo.

Chispas, látigo, brillo, fama,
cortes, lunas, giros, giras,
el olvido es su pobre muerte en vida
y su vida el olvido en una cama.

SALUD

26 enero 2008

Alarife por obligación

Septidi, 7 de Pluvioso de 214

No sé qué es la Felicidad, no sé quién es. Hoy, no más, estreno cuaderno de escritura y ya es motivo más que suficiente para estar Feliz. Pero no es sólo el motivo, es una gota más que acompaña a la lluvia. Pero no sólo la acompaña, la hace lluvia.

Otras veces, apenas acontecimientos más sublimes: grandes ofertas de trabajo, grandes orgasmos, compras grandes... No consiguieron más que salpicar la torridez, con esas gotas sueltas que se evaporan apenas caen sobre el asfalto.

La Felicidad es un castillo en continua reforma, a veces se llena de escombros, a veces pinta ruinas, y otras palacios de príncipes y princesas. Nuestra vida está llena de sillares, sillarejos y adoquines; de adobes, cañas y argamasas; que unas veces se adecuan a nuestra obra y otras nos sobran.

La cimentación del edificio no se ve, queda sutil en los bajos del solar, colocada poco a poco antes de que nos demos cuenta. Tan profunda. Tan de nosotros mismos. Pero, perdonen tecnicismos, el peso de la estructura, cuando ésta es firme y consistente, asienta nuestras zapatas hasta hacerlas inamovibles.

Cuídate hombre feliz de torrentes y terremotos; la Vida pasa a tu lado, no hace falta correr ladera abajo a encontrarla. Aprovecha las vistas de la colina, la mansedumbre del valle o el olor del arado.

Disfruta de tu lugar en el Mundo, suma, suma y suma pequeños cantos, cal y arena, pues proporciones adecuadas fraguaron para dejar en pié panteones y coliseos.

Mira los rostros: ¿Acaso no se distingue una fachada habitada de un cerrado por derribo?

Trabaja el ladrillo con las manos, pues el paradigma del barro es el paradigma del hombre, y el soplo del viento el fluir de los años ante tus ojos.

Busca en tu obra dignidad y belleza. Entrega la simiente del futuro y mímala al crecer. Sólo así pudo pasar el gremio de los alarifes al Parnaso del arte.

Descansa cuando llegue la noche, y si vuelve a amanecer abre las ventanas a la claridad.

SALUD

19 enero 2008

La caída de Maximilian

Decadi, 30 de Nivoso de 214

La historia que les cuento a continuación no podría precisar si es ficción o realidad, pero creo que no es eso lo más significativo. No obstante, ustedes y yo, permeneceremos con la duda de si sucedió exactamente así.

Y es que ésta es la historia de Maximilian, no la mía ni la suya, aunque no existan mecanismos universales que puedan impedir que algún día lo sean.

Maximilian, si es que es ese su nombre; algún nombre tiene que tener por muy vagabundo que sea, se desplomó el martes pasado delante mía, borracho de cerveza y amargura, en medio de un ataque de distancia de su casa y de sus tiempos.

Probablemente recordó su infancia, feliz y nevada, como los cuentos frente a la chimenea. Comandau, es un pequeño pueblo en el interior de los Cárpatos, a apenas 150 km de Bucarest. Los inviernos son severos y despoblados, y casi nadie de fuera recuerda hasta nuevamente entrada la primavera, que la vida cotidiana, la leña, el colegio, dar de comer al ganado, jugar; son necesidades que no pueden esperar a una invernada de 100 o más días.

Excepto aquel invierno de 1983, que se llegó a limpiar tres veces la nieve de la carretera a Covasna, pues los camiones difícilmente podían abastecer las necesidades de la obra, justo antes de que el entonces Guía, Ceaucescu, entregara los bloques de viviendas para los 78 afortunados vecinos que acudieron con sus hijos a ocupar las nuevas residencias, dejando en los corrales de los demás las cabezas de ganado que no tenían lugar en los reducidos y civilizados habitáculos.

Maximilian conoció el escozor de las manos agrietadas, pero también el santuario escolar, donde los puños se entrecuzaban con los vientres y las caras de los otros compañeros. Conoció los paseos, cada vez más lejanos, a la montaña y el terror de desorientarse en la niebla. Sin duda conoció las limitaciones de los primeros amores a la interperie sobre la nevada pradera.

Pero apenas muerto el dictador, recobrado el orden y la armonía, quien lograra recobrarla, escapó con 16 años y su amigo Nicolai a buscar la evolución añorada a la capital.

Primero caminaron, cuando llegaron a pueblos donde no eran conocidos subieron a la barqueta de algún camión, y en apenas tres días alcanzaron la ciudad.

Consiguieron algunos trabajos que iban cambiando de vez en cuando, pero la vida era difícil, no todo fluía con la intención pretendida y Nicolai fue el primero en regresar. Maximilian se agarró a su clavo hasta que tuvo que soltar sus manos achicharradas. Al menos en casa las vacas y las ovejas salían adelante y nunca faltó ropa y comida...

Pero Maximilian estaba falto de futuro.

Por eso tras dos noviazgos infructuosos y trece largos años saludando desapasionadamente a sus mismos 600 vecinos, decidió dar su gran salto.

Muchos compatriotas ya habían pasado por España, algunos recogían fruta o aceituna, algunas chicas ostentaban las ganancias de productivos negocios, aunque otras nunca regresaron. Y siempre el clima sería más suave que el de su tierra natal.

Maximilian ya había escarmentado en cabeza propia que no son fáciles los comienzos, por eso estaba mentalizado a resistir y resistir. Aunque después de calurosos meses de verano y fríos (para dormir en la calle) inviernos, apenas aparcando algún coche o comiendo en la beneficiencia cuando su inocencia le permitía llegar pronto a la cola, su esperanza forjaba un ancho vacío en su pecho.

Ahora ya no podía regresar, su estima propia le exigía volver vencedor o permanecer largo en la misería. Por eso empezó a beber, primero para escapar de la realidad, luego para escapar de la desesperación, y finalmente para escapar de su fuga.

El martes se desplomó delante mía, vinieron los servicios sanitarios y apenas hizo falta reanimarlo. Hoy lo he visto aparcando un coche, recuperado de su catarsis, sin actitud, sin ganas. No era ese su futuro añorado.

Por eso al mirarle a los ojos me doy cuenta que nunca habrá asistencia médica capaz de devolverlo a la vida que le correspondía vivir, y mucho menos a la que soñaba.

SALUD

12 enero 2008

¿Comparar es objetivar?

Tridi, 23 de Nivoso de 214

Esta tarde he degustado un viaje en el tiempo, o contra el tiempo. Pssse! contra el tiempo ha sido mi percepción subjetiva de sujeto.

He almorzado en Cubillo del Campo, y he "merendado" atasco, en Madrid. Para los que no sepan dónde está Madrid les recomiendo la Espasa, el Madoz, o al menos la guía Michelín; o por qué no: el googleearth. La ubicación de Cubillo será mejor preservarla, y dejarla sólo en manos de los que gracias a su curiosidad merezcan realmente conocerla.

Madrid he tardado hora y media en atravesarla y aún he tenido suerte. Cubillo también tiene sus tiempos, si no avisas el día anterior en el único bar donde almorzar no tendrán nada que ponerte. He pasado frente al Santiago Bernabeu, que nunca había visto, en cualquiera de sus rampas de acceso cabe la bolera de Cubillo, una explanada de tierra y cemento donde se combinan dos juegos diferentes: uno de tumbar bolos y otro de golpeo.

En Madrid se ralentiza el tráfico y no caben los coches por sus grandes avenidas. En Cubillo hay varios coches y algunos tractores, incluso un barco varado sobre su remolque en la chatarrería del pueblo, también hay vacas, casas de piedra, y la falta de prisa permite detenerse en cada una de ellas a contemplar los dinteles, las dovelas, las puertas de madera agrietada...

En Madrid hay un sinfín de monumentos, de estatuas, de rincones, la historia viva de España mirándote entre sus ventanas. En Cubillo hay un viejo potro de herraje de bestias que también merece un rato de reflexión, y dos iglesias, y un reciente y naif monumento al cantero.

En Madrid me siento preso, me agobian sus calles infinitas, su paso acelerado, su razón. En Cubillo estoy como en casa, como en esa casa en que no me importaría vivir, con su frío en invierno y su nevada recluyente.

Ser libre en una casa tapada por la nieve, o ser esclavo en un entorno que te ofrece más de lo que puedes tomar. Curioso.

SALUD